Creer que sí. Estar convencido de ello. Demostrarlo sobre el césped y, lo fundamental, jugar bien. Todo eso atesora el Águilas de Adrián Hernández. El cuadro costero gana. Seis veces lo ha hecho ya este curso. Suma 24 puntos y le arrebata el liderato al Extremadura con una exhibición de contención y concentración impropia de la categoría. Sufriendo lo justo en un escenario lleno de trampas, con un portero excelso y la pizca de suerte que separa lo muy bien hecho de la grandeza.
Las victorias cuestan mucho, más cuanto menos glamurosa es la liga en la que compites. Por eso, cuando te llega una cita con el sello ineludible de final, saber jugarla vale casi tanto como dominar el marcador. Misma estructura e idéntica respuesta: máxima concentración y control de juego durante casi toda la partida. La composición del centro del campo, equilibrándose, presionando y repartiéndose las tareas.
Con esa idea el Águilas fue capaz de convertir lo difícil en fácil, de maniatar a un Estepona con una movilidad y flexibilidad ofensiva portentosa. Lo hizo ahogando su creación, desconectando su elaboración por dentro y estando atento a las internadas por banda de los volantes, jugando buena parte de la contienda en la línea medular, sin sufrir contras, cerrando lineas de pase gracias a un despliegue físico impropio del fútbol de esparto de la Segunda RFEF.
En el intercambio de golpes, Enriquez y Martínez pusieron patar arribas El Rubial. Esto no solía ocurrir temporadas atrás, pero este Águilas está rebelándose contra sus estigmas, contra su fatalidad crónica, está reescribiendo de manera episódica el futuro con el que sueña la grada del vetusto estadio aguileño. Sin embargo, en una acción aparentemente inocente, el Estepona recortó distancias por medio de Aguilera y puso picante a los últimos diez minutos del partido.
El cuadro costero supo aguantar y amarrar la victoria. Así también se gana. El Águilas asalta el liderato y ya mira por encima del hombro a todos sus oponentes del Grupo IV de Segunda Federación.
