El Águilas FC vive un punto de inflexión desde la entrada de Alfonso García como inversor y principal impulsor del proyecto. En un fútbol cada vez más exigente fuera del foco mediático, donde los detalles marcan la diferencia entre sobrevivir o crecer, el club costero ha encontrado en este nueva etapa una hoja de ruta clara: profesionalizar áreas clave, dotar de estabilidad el día a día y devolver la ilusión a la afición.
En esa construcción, el Águilas ha empezado a mostrar síntomas inequívocos de salud: planificación, recursos, mejora de procesos internos y una sensación de que, por fin, hay proyecto. En los despachos, el cambio más visible ha sido la apuesta por una gestión más ordenada y con visión de medio plazo. El club blanquiazul, históricamente acostumbrado a remar con lo justo, ha ganado margen para anticiparse: desde la planificación deportiva hasta la logística diaria, pasando por la coordinación entre áreas. Se respira menos improvisación y más método, una palabra poco habitual en categorías donde muchas decisiones se toman a contrarreloj.
Esa estabilidad se ha trasladado a lo deportivo. Sin caer en la tentación del “todo o nada”, el club ha trabajado para dotar de coherencia a la plantilla, mejorar la preparación y cuidar el entorno del vestuario, entendiendo que el rendimiento sostenido nace tanto del talento como de la estructura que lo sostiene.
La afición vuelve a creer
En las gradas y en el entorno social del club, el termómetro es claro: la conversación ha cambiado. Hay más debate sobre objetivos, menos resignación y una ilusión que se nota en lo cotidiano, en el comentario previo al partido y en el boca a boca que vuelve a enganchar a antiguos seguidores.
No es un fenómeno espontáneo. La afición percibe que el Águilas no solo compite, sino que se organiza entorno al Rubial. Y cuando un club transmite dirección, la gente responde: con apoyo, paciencia y, sobre todo, con pertenencia.



















































